La Manta de Mi HIja. Un cuento de Primavera

La Manta de Mi Hija. Un cuento de Primavera.

La Manta de Mi Hija by Buscando Comienzos 2012

Esta Primavera traicionera me ha ayudado bien poco en cuestiones crocheteriles, aunque pensándolo bien, tal vez todas las trabas tenían una finalidad: tejer un precioso cuento.

La Manta de Mi Hija by Buscando Comienzos 2012

Hasta el último momento me lo ha puesto difícil. Pensaba yo que en esta tregua laboral de 5 días encontraría tiempo y buenas condiciones climatológicas (por aquello de la luz) para fotografiar mi muy preciada Manta de Mi Hija.

LMdMH by Buscando Comienzos 2012

Ha llovido. Pronosticaban que el Levante español no se mojaría con estas lluvias que empapan toda la península, pero no ha sido así. Entre claro y claro iba yo cargada con la manta buscando lugares «secos» y esperando pacientemente algún efímero rayito de sol.

Desde que terminé la parte central de la manta me daba la impresión de que tejía una alfombra y no hay mejor lugar para una alfombra que un oasis. Pensat i fet ( que viene a ser  lo mismo que dicho y hecho) fui a buscar mi oasis particular para la sesión de fotos. Agua, como ya he comentado, no faltaba y palmeras… el servicio de jardinería de mi ciudad es partidario de no inmiscuirse en la obra de la Naturaleza y defiende a capa y espada una nueva especie de palmera: la palmera rastrera. Hay más palmeras a ras de suelo que aéreas.

La sesión fue corta pero intensa 🙂

Encontré una palmera lo suficientemente alta para poder dar sombra ¿?

Este es el máximo «efecto» que conseguí 🙂

La Manta de Mi Hija. Un cuento de Primavera

Había una vez una Madre y una Hija que vivían juntas pero no revueltas. También había un Padre que, aunque no tuvo arte ni parte en esta historia, queda incluído en el cuento – por aquello de no herir susceptibilidades – como paciente sufridor de las variables relaciones materno-filiales.

La Madre, compulsiva crochetera, andaba peleándose con unos medio  hexágonos para el remate de la Manta Quiero y No Puedo . La Hija emprendía la quinta reforma de su cubículo con más calma de la que acostumbra cuando acomete tareas domésticas.

En medio de amistosas discusiones sobre el color de las paredes, la Hija comentó que también le gustaría cambiar el cubre cama. Había visto uno…

Para motivarla – resulta desesperante ver como proteje con cinta de pintor un interruptor de la luz- y porque no estaba dispuesta a pagar más allá del coste de la pintura, la Madre se ofreció a tejerle una colcha. Como no podía ser de otra forma, la Hija aceptó con la condición de que ella participase en el diseño.

La Madre, que por eso es madre, no se hizo de rogar, presentó diseño y colores y empezó.

Tejió minicuadraditos

 

Amplió los minicuadraditos hasta el tamaño de cuadraditos

Unió y buscó combinaciones para formar el centro

Se cansó de buscar combinaciones y unió algunas tiras con el mismo color.

Cuando terminó la parte central de la manta decidió dejarla descansar, en parte por cansancio y en parte porque la otra parte – la Hija- también descansaba de sus labores pintoras. Madre sí pero tonta no.

El descanso fue muy productivo. Finalizó dos mantas, tejió bolsos y hasta un poncho para una muñeca. Y entonces ocurrió.

Ocurrió que tanta actividad crochetera y la maldita primavera le pasaron factura. Se quedó sin ganas y sin labores. Estaba enferma. Diagnóstico: síndrome del gancho vacío . No tenía ni un WIP al que meterle el gancho ni expectativas de tenerlo.

Tenía algo mucho mejor: la Manta de Mi Hija, manta quitapenas y curalotodo 🙂

Al redescubrimiento de la manta se sumó la alegría de ver que la Hija ya había protegido todos los marcos de puertas y ventanas, incluso interruptores y enchufes. ¡Había pintado dos de las cuatro paredes y el techo de la habitación! La Madre sintió orgullo y preocupación al mismo tiempo pues temía que la Hija sufriese agotamiento. El sufrimiento en realidad era debido a que la Madre hacía verdaderos esfuerzos por reprimir las ganas de coger el rodillo y rematar la faena de una vez. ¡Qué no haremos las madres !

Pero la felicidad nunca es completa y una manta sin problemas no es una manta.

Previo consenso con quien iba a disfrutar de la manta tejió unos rosetones con el propósito  de insertarlos en las esquinas e ir acoplándolos hasta conseguir un marco. Rompía la monotonía de tantos cuadraditos y se ahorraba tejer unos cuantos.

El resultado no fue convincente ni para la Madre ni para la Hija.

Deshacer y rehacer

Replanteada la situación no quedaba más remedio que seguir tejiendo cuadraditos

Cuando la Madre dio por terminada la manta a falta del remate, llamó a la Hija. Quería finalizarla en su compañía y dejó a su elección el color del borde: pistacho. Lo tejió despacio, disfrutando con los últimos puntos. Entonces, al mirar a su Hija, supo que utilizaría los rosetones para hacer un almohadón: el Almohadón de Mi Hija.

Y Colorín, colorado, amarillo, fucsia y siete colores más… este cuento se ha acabado 🙂